lunes, 1 de noviembre de 2010

la Casa Verakh, quinta parte

En este capítulo, el demonio del monolito es liberado finalmente.

V

Un rato después llegaron por fin al claro. Dejaron fuera a todos los animales de monta, excepto a los dos gélidos del carro. Las hechiceras caminaban en círculos alrededor del monolito, gritándose comentarios asombrados y extasiados la una a la otra de vez en cuando. El pequeño dragón de Ymircha trataba constantemente de levantar el vuelo y alejarse, pero la fina cadena de plata que le unía a la muñeca de su dueña se lo impedía.
Mientras tanto, Voronthir y Mekheret sacaban los materiales de tiro del carro, y Karanthir soltaba, entre maldiciones, a los gélidos para engancharles a un arnés de tiro. Entre los tres movieron el armazón del carro lejos y ataron a su yugo una recia soga. Después, ataron el otro extremo de la soga alrededor del monolito. Con una voz de mando seca Mekheret azuzó a los gélidos, que comenzaron a tirar hasta que la soga se puso tensa. Las bestias hundían sus pies en la nieve en su esfuerzo, y la cuerda crujió. El monolito comenzó, lentamente, a escorarse hacia un lado, pero pareció fijarse de nuevo y no se movió más, por mucho que los gélidos tirasen de la cuerda.
Cansado de esperar, Voronthir cogió su propio gélido y el de su hija y ató más cuerda a sus sillas para que tirasen del monolito también. Gritando él mismo, consiguió un esfuerzo extra de los gélidos... lo suficiente como para que el monolito vacilara y, sobrepasando su centro de gravedad, se desplomara. Voronthir vio su caída como a cámara lenta: el ángulo que hacía con el suelo haciéndose progresivamente más agudo, la piedra negra rompiéndose en diez o doce pedazos que recorrieron unos metros por el impulso, los gélidos asustados corriendo un trecho hasta que su hija les detuvo... Y luego todos contuvieron el aliento. Mentalmente, Voronthir contaba los latidos de su corazón.
Uno...
Dos...
Tres...
Un rumor en el viento... una risa lejana, música tal vez.
Cuatro...
Cinco...
Seis...
De nuevo aquella vibración profunda en la tierra, acercándose, aumentando... y con él un... ¿chirrido?
Siete...
Ocho...
El sonido aumentaba, era... un aullido, un grito, o tal vez una canción, una risa, o todo eso junto y nada de lo anterior
Nueve...
Diez...
Y el aullido se hace tan potente que Voronthir y su familia se arrojan al suelo, los oídos tapados. Voronthir oye el grito de Ymircha cuando el sonido sobrepasa la barrera del dolor físico. Él mismo cierra los ojos fuertemente y grita con todas sus fuerzas, pero no oye su voz, sólo ese sonido que hace sus huesos rechinar y su sangre fluir a toda velocidad. Con los puños apretados contra sus oídos grita con la cara pegada a la nieve del suelo.
Y de pronto, el silencio.
Poco a poco, Voronthir abrió los ojos y se incorporó. Mientras su vista se levantaba del suelo, vio unos pies con sólo dos dedos como de pájaro, que sustentaban dos piernas finamente torneadas y blancas como la propia nieve... Un torso cubierto por un corsé negro y dorado, pero...  sólo había un pecho. Los hombros blancos y suaves comenzaban unos brazos finos y elegantes, pero... pero las manos eran como pinzas de algún enorme animal marino.
Cuando llegó a la cara fue cuando Voronthir comprendió que lo que tenía ante sí era uno de los demonios de Slaanesh, una Diablilla. Sus ojos eran negros, con una pupila azul claro que emitía una luz seductora. Su pelo flotaba alrededor de su cabeza como si estuviera bajo el agua, y de su boca sin labios sobresalían pequeños dientes afilados. Un olor dulce y pegajoso golpeó sus sentidos, pegándose a su paladar y dejando un rastro amargo, como el de una fruta que es demasiado dulce porque ha empezado a descomponerse.
Tratando de recuperar su compostura y de sobreponerse a la impresión de tener a una Diablilla a menos de un metro de su cara, Voronthir interpeló a la criatura:
-¿Eres... eres tú, demonio del monolito?
Por toda respuesta, la Diablilla emitió una risita infantil, mientras se cubría la boca con una de sus monstruosas pinzas, como una versión retorcida de una niña pequeña a la que preguntan una tontería. Voronthir oyó a otras Diablillas reírse, y vagamente se preguntó cuántas de ellas habría en el claro. Sonriendo con picardía, la que tenía delante se hizo a un lado mientras hacía una reverencia exageradamente teatral.
Y Voronthir la vio. Tenía que ser ella.
El campo de su visión que antes ocupaba la Diablilla estaba totalmente ocupado ahora por un pie inmenso, terminado en garras y cubierto por una pernera de lo que parecía algún tipo de tela negra brillante que se ceñía a su forma como un guante. Levantando la vista, Voronthir comprendió que no llegaba ni siquiera por la mitad de la espinilla a este ser, y durante un instante su alma se llenó del terror más abyecto y sus piernas parecieron querer echar a correr en dirección opuesta a la de aquella criatura. Pero estaba fascinado. Siguió levantando la vista, a un inmenso torso con muchos pechos, algunos de los cuales tenían ojos azules luminosos. Cuatro brazos surgían de ese cuerpo blasfemo, cuatro brazos que nunca estaban quietos. Dos de ellos acababan en gigantescas pinzas más largas que un gélido, afiladas como cuchillas, y las otras dos eran manos casi normales, finas y elegantes a pesar de que por su tamaño podrían coger y aplastar al propio Voronthir sin esfuerzo.
Pero fue su cara lo que acabó con la resistencia de Voronthir: dos ojos como joyas refulgentes iluminaban un rostro similar al de las mujeres elfas, coronado por dos pares de cuernos. Los labios de la criatura se curvaron en una sonrisa que podría ser tanto maternal como desdeñosa, y los tentáculos que tenía por pelo ondularon tras ella. Era esta la presencia que había notado en el monolito, ahora lo sabía... Y una parte de su mente se dio cuenta de que había cometido un error irreparable, de que jamás podría negarle nada a un ser así.
La inmensa criatura se estiró como un gigantesco gato, perezosa, lascivamente. Después, miró a la familia Verakh, que se había reunido frente a ella y habló, con la misma voz melodiosa y profunda que había oído Voronthir a través de Kelebrian dos noches atrás.
- La Noble familia Verakh, ¿sí? Oh, no pensaba que fuerais a derribar el monolito tan rápido. A veces se me olvida la intensidad con la que los elfos sentís la ambición. Creo que os debo una explicación a los cinco. Sentaos.
Ni siquiera la hechicera Kelebrian con su voluntad férrea fue capaz de resistirse a la orden transmitida por la voz del demonio. Como autómatas, los cinco doblaron sus rodillas y se sentaron en el suelo helado. El demonio también flexionó los largas piernas, sentándose en el suelo. Voronthir fue oscuramente consciente de que detrás del demonio más grande, las Diablillas correteaban y saltaban, como jugando a algún juego macabro que de vez en cuando les arrancaba risitas y exclamaciones en su lengua extraña. El demonio mayor miró a la familia y comenzó a hablar:
-Nosotros los Demonios no tenemos una percepción del tiempo como vosotros. Cuando os miro, veo a vuestros ancestros y a vuestros descendientes mezclados con vosotros. Veo sus emociones, veo sus miedos, sus deseos. Oigo sus corazones latir, igual que oigo los vuestros. Es curioso, pero a veces parece que los deseos viven más que aquellos que los llevan dentro. Cada uno de vosotros siente deseos que ha heredado de sus ancestros, y vuestros descendientes los sentirán también. Aaah... -el demonio cerró los ojos unos instantes y pareció perderse en recuerdos o premoniciones. Luego sonrió como si recordase una broma privada y volvió a abrir los ojos. Continuó hablando con esa voz que era como miel resbalando por la espalda de una serpiente- Sí, podemos verlo todo. Algunos no, claro está. Supongo que a estas alturas sabréis ya lo que soy, ¿sí? Soy un Guardián de Secretos, un Gran Demonio de Slaanesh, el Príncipe Negro. Mi Señor me ha bendecido con Su Gracia y Su Belleza para que cumpla Su Voluntad en este mundo. Me envió a ayudar a las legiones del Señor de la Transformación Tz'Erakh'An a conquistar ese Glaciar Hierro Congelado, cosa que hicimos como bien sabéis, con la... colaboración de Kalanthir, anterior padre de vuestra Casa. Unos veinte años después -un parpadeo para mí, y también para vosotros-, el Glaciar fue reconquistado por vuestro ejército. Sospecho que más bien se os devolvió cuando ya se le había sacado el provecho necesario. Sin embargo, ese rey vuestro erigió estos monolitos para mantenernos alejados y canalizar nuestra magia lejos. No, Voronthir -atajó el Guardián cuando lord Verakh trataba de protestar, confuso-. Nunca he estado atrapada aquí. Podría haberme manifestado en cualquier momento, pero la emoción que habéis demostrado... mmmmm... -la larga lengua del Demonio salió de su boca, retorciéndose en el aire, como atrapando las emociones que flotaban en el ambiente para paladearlas- ha sido exquisita. Los Elfos siempre me habéis gustado. Vuestras sensaciones tienen más... profundidad, más color, más matices que las de los insulsos hombres... ¡y no me hagáis hablar de los Enanos! Hay pocas razas más aburridas. Todo el día jugando con sus ridículos cañones. En fin, volviendo al tema: no estaba atrapado. Pero mi paso por este mundo habría sido mucho más débil, y no habría podido permitirme traer a tantos... amigos. -la sonrisa socarrona del Demonio hizo que Voronthir consiguiera despegar su atención brevemente de sus ojos magnéticos para ver a las Diablillas al fondo del claro, aún corriendo y pasándose algo que no podía identificar desde esa distancia. Lo que sí notó es que eran muchas más. Había también algunas formas algo mayores, rápidas, que se movían de árbol en árbol, de sombra en sombra, emitiendo pequeños ruiditos como chirridos o grititos o... no pudo resistirse más y tuvo que volver a dedicar su atención al Gran Demonio, que le sonreía como si compartiera una broma con él.
-Sí, pequeño niño elfo, son más que antes. Mis hijas, mis hermanas, mis putas... Han venido conmigo para ayudarme, y para ayudarte.
-Gran Demonio, quiero preguntarte una cosa -la que hablaba era Kelebrian, que parecía algo menos vulnerable a la magia sediciosa del monstruo-. Dices que quieres ayudarnos a recuperar nuestra posición en la aristocracia Druchii... ¿Por qué es esto así? ¿Qué quieres de nosotros, y qué quieres a cambio?
-Sí, gran hechicera, eres directa. No diré que eso me guste particularmente: ser directo evita circunloquios, y adoro los circunloquios. Pero sí, quiero ayudaros. Mi señor Slaanesh no olvida a los que le ayudan, y le disgusta que la descendencia del "héroe" druchii que nos concedió la victoria caiga en desgracia. Me envía a ofreceros su ayuda, a cambio de un ridículo precio.
-Y ese precio es... -interrumpió de nuevo Kelebrian.
-Oh, cosa de poco, hechicera. Lo que quiero es sencillo: quiero que me dediquéis vuestras victorias, y quiero parte de vuestros esclavos. Quiero que hagáis pequeños rituales en honor del Príncipe Negro, bajo la supervisión de mis Heraldos, con algunos de esos esclavos. Y lo más importante: yo misma asumiré apariencia de Druchii y seré la consejera personal de la familia Verakh en los tiempos por venir.
-Pides mucho, Demonio -gruñó Karanthir-, pides mucho sin ofrecer nada a cambio.
-Tu insolencia, criatura, es intolerable -respondió el demonio, como olvidando por un momento sus modales exquisitos, su voz descendiendo a un ronroneo grave de advertencia. Durante un breve instante guardó silencio mirando fijamente a Karanthir, que parecía querer desaparecer. Unos segundos después volvió a sonreír- Pero lo que dices es muy cierto. Como prueba de buena voluntad, os regalaré algo muy importante: un triunfo militar digno de un rey.
-Pero no estamos en guerra... -intervino Mekheret, sonrojada como una chiquilla por el aura del Demonio.
-Cierto, pequeña mía. Por eso también os regalo la guerra. Escuchadme: este monolito ha caído, y aunque está bajo mi poder ahora, los otros demonios de los Tres Dioses Menores vendrán rápido. No, no os alarméis: no podrán tener mi integridad ni mi solidez, salvo que yo se la dé. ¿Veis por dónde van mis ideas? ¿Veis lo que os ofrezco? Yo seré el general de ese nuevo ejército de Demonios que viene a por vosotros. ¿Qué le parecería a vuestro Rey recibir la cabeza de un Devorador de Almas enviada por... vosotros? ¿Qué premio os daría?

Todos callaron. A ninguno se le escapó que lo que el demonio les ofrecía era tanto un regalo como una amenaza: estaba claro que la débil guarnición de Aarthrond (algunos ballesteros, lanceros, un lanzavirotes y el puñado de Caballeros Gélidos de Voronthir) no podría detener una invasión demoníaca por sí sola. En realidad no tenían elección, y el Demonio lo sabía tan bien como ellos. Les miraba, paladeando su inseguridad, la confusión, el miedo y el orgullo que emanaban de sus almas. Por un momento deseó destrozarles ahí mismo, romper sus cuerpos y tragar sus almas con glotonería, sin siquiera paladearlas... Pero no, no era esto lo que le habían enviado a hacer, y sin duda la diversión y el placer serían mucho mayores si esperaba el momento adecuado. Tragándose su impaciencia, sonrió una vez más -con hileras e hileras de dientes detrás de la primera- y preguntó:
-¿Tenemos un acuerdo, nobles?
Voronthir levantó la cabeza, súbitamente firme. No tenían nada que perder, y si el Demonio faltaba a su palabra, al menos moriría triunfando donde su padre fracasó: al menos no huiría. Y si salía bien, si cumplía su palabra... Malekith estaría muy complacido, y de eso dependía todo.
-Sí, demonio. Envíanos a tu ejército. Pero te lo advierto, si nos mientes, caerán tus demonios a miles. Ni un sólo druchii cederá un palmo de terreno ante vosotros. Moriremos aplastados, sí, pero no nos rendiremos.
La risa del demonio le interrumpió.
-¡Cuánta fiereza, niño elfo! ¡Es delicioso! ¡Tan divertido, tan fresco! Te pediría que siguieras, pero prefiero esperar a verte en el campo de batalla. Dentro de dos días tendréis a los demonios ante vosotros, pero no temáis: ninguno de vosotros caerá. Y os garantizo que haré lo posible para que no caigan demasiados de vuestros soldados. Atacad sin miedo: yo os entregaré la cabeza del segundo general del ejército, del Devorador de Almas.

Mientras hablaba se iba haciendo transparente, desapareciendo paulatinamente en la nieve. Kelebrian le habló antes de que pudiera desaparecer del todo:
-Dinos tu nombre, Demonio. ¿Cómo debemos dirigirnos a ti?
La voz del demonio llegó a cada uno como desde dentro de sus cabezas:
-Soy la Serpiente de Lengua de Plata, la Cobra que Danza con la Luna, la Caída de la Casa Verakh. Soy esto y soy mucho más, porque soy N’Dar Nagai Deva, Príncipe del Príncipe y Princesa de la que Tiene Mucha Sed. -imágenes de gloria y exaltación llenaron los ojos de la mente de los cinco elfos, visiones del demonio conquistando naciones y susurrando en los oídos de los magos y sacerdotes, asesinando y bailando, mientras el sonido de las flautas dementes de Ind llenaba sus oídos y el almizcle no les dejaba respirar- Podéis llamarme N’Deva. Esperad dos días, y veréis lo que vale mi palabra.

De pronto, el Demonio ya no estaba, simplemente. No había nada ni nadie, aunque a Voronthir le pareció ver una Diablilla asomando detrás de un árbol, mirándoles con curiosidad. Aturdidos, se pusieron en pie lentamente y recorrieron con la vista el claro, buscando restos de los demonios. El propio monolito parecía muerto e inerte, como un pedazo inocente de piedra.

Cuando fueron a por sus monturas, Mekheret descubrió con qué estaban jugando las diablillas mientras N’Deva hablaba: el cuerpo decapitado de su gélido se enfriaba sobre el suelo. La cabeza no apareció. Molesta y asustada por esta conducta tan desorientadora, Mekheret se vio obligada a volver a Aarthrond en la odiada compañía de su abuela y hermana en el carro. Sólo al volver encontraron la cabeza del gélido: estaba en el lecho de Karanthir.

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