martes, 8 de febrero de 2011

La Casa Verakh - Silencio II

Karanthir está decidido a tomar medidas para ganarse el respeto de su tripulación, y comienza a contar a sus lugartenientes sus planes para la Flota sin Nombre.


II

El barco en el que navegaban desde la Silencio hasta la Hierro Helado era pequeño sólo por comparación. Su quilla era fina y alargada con un cruel espolón en la punta, capaz de abrir agujeros en el barco enemigo más resistente. Salió de los muelles de la Silencio, en realidad cuevas enormes en la línea de flotación de la inmensa Arca Negra, antiguas como los propios cimientos de la montaña y de techos altos, oscuros y húmedos. Karanthir iba apoyado en la proa mientras los corsarios se afanaban a su alrededor, atando cabos y haciendo girar las velas. Se dirigían hacia el lugar habitual de navegación de la Hierro Helado. Todas las naves, ya fueran barcos tradicionales o los más ostentosos palacios y fuertes anclados a la espalda de monstruos marinos, tenían su lugar en la estricta formación de la Flota sin Nombre. Este orden debía ser respetado en todo momento, dado que de no ser así, las naves que iban sobre el nivel del mar podían tener un desafortunado encuentro con alguna de las que navegaban bajo la superficie. Karanthir sabía que a Tryshyk le gustaba sumergirse, por lo que no se sorprendió al ver vacío el lugar donde se suponía que estaba su nave. Mish'kar, a su lado con el plateado pelo revoloteando en la brisa, no era tan paciente.
-Oh, otra vez no. El viejo Tryshyk debería haberse cansado ya, tras siglos de navegar, de esta demostración ridícula de poder. Además, no tiene nada de especial, ¿sí? Cualquier capitán druchii con una hechicera semicompetente a bordo podría hacer lo mismo sin problemas.
-Mi señor -le interrumpió Serthiar, con voz tensa y cortante-, capturar una serpiente marina de ese tamaño y doblegarla requiere una inmensa habilidad y fuerza de voluntad.
-En ese caso, recordadme que felicite a sus señores de las bestias y a sus hechiceras -contestó Mish'kar con una sonrisa meliflua-, y que me reafirme en lo dicho: no es mérito suyo. Roshakk te lo puede decir, ella conoce bien los métodos de flotación y manejo de estas naves, ¿sí?
Señaló con un levantamiento de cejas hacia la hechicera, que se había acodado en la proa a cierta distancia de ellos y miraba el horizonte como si no les escuchara. Fingiendo bajar la voz, Mish'kar continuó:
-Ella os lo puede decir si sois capaz de arrastrar su espíritu perdido de vuelta a ese cuerpo tan bonito, ¿sí? Porque ahora está vacía, desierta como la boda de una puta.
A Karanthir le disgustó escuchar la pulla, y la risa suave del noble consejero. Sabía que entre Roshakk y Mish’kar había más que rivalidad, pero si la cosa había llegado ya a un punto en el que el apuesto Mish’kar se atrevía a faltar al respeto a la hechicera ante él... Tendría que tener más cuidado.

De pronto, un corsario en proa sopló un cuerno enorme de bronce anclado en la proa, retorcido y labrado como una serpiente de mar enroscada. Fue tan repentino que los cuatro nobles druchii se sobresaltaron. Unos segundos después, les llegó una respuesta: amortiguado por los metros de profundidad y los hechizos de protección, el cuerno de la Hierro Helado les respondía. Durante unos instantes no pasó nada; después, una sombra apareció en el mar azul turquesa ante ellos. La sombra se iba haciendo más y más grande, y durante un instante Karanthir sintió inquietud. Era una bestia muy grande, más aún de lo habitual en estos casos. Una espina rasgó la superficie, levantando una estela mientras la cabeza de la criatura avanzaba a la vez que salía. Varias espinas más surgieron del agua en línea con la primera, y luego una piel escamosa que era de un tono azul tan oscuro que casi parecía negro. Karanthir vislumbró brevemente los inmensos ojos de la serpiente marina que los miraban sin interés, como a un insecto al que podría aplastar de un coletazo. Dioses, y lo somos -pensó alarmado- Si Tryshyk quisiera matarme sólo tendría que dejar libre a este monstruo en este momento...
Las primeras torres de la Hierro Helado comenzaron a emerger: agujas afiladas y negras, brillando como las escamas de la serpiente marina sobre la que reposaban. Cada torre comunicaba con las demás por medio de pasarelas techadas, y parecían haber crecido unas sobre otras. Aquí y allá se veían pendones empapados, colgando pesadamente, adornados con la serpiente Verakh o con la serpiente marina de Tryshyk. Cuando el ascenso se completó, a la superficie había salido un castillo alto y fino, elegante como toda construcción élfica, con un pequeño muelle con capacidad para diez o doce barcos del tamaño del que transportaba a Karanthir, Serthiar, Roshakk y Mish'kar. Bajo la arcada de la puerta principal Karanthir veía a Tryshyk con su guardia de honor de corsarios veteranos, listos para darles la bienvenida. La tripulación del barco en el que navegaban lo llevó al muelle, entre órdenes gritadas y el crujido de la madera en el agua. Cuando el barco hubo atracado, los corsarios de a bordo hicieron descender la rampa para que los cuatro nobles bajaran. El primero en tocar suelo fue Karanthir, y Tryshyk se adelantó con formalidad para inclinarse ante él con una media sonrisa irónica. Karanthir sabía que no le gustaba la cortesía, pero guardaba las formas ante sus soldados para evitar motines contra él.
-Bienvenido a bordo, mi señor -dijo Tryshyk mientras se incorporaba, mirando a Karanthir a los ojos- . El honor que me hacéis visitando este vuestro palacio es inmenso. Acompañadme a la sala de reuniones. La comida se nos servirá allí.
El viejo elfo se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia dentro del palacio. Karanthir y los demás le siguieron a través de pasillos suntuosos pero funcionales y escaleras anchas hasta una pequeña sala con una mesa rectangular no demasiado grande. Todos entraron, y Karanthir ocupó una de las cabeceras. El resto se sentó en los dos laterales, Tryshyk junto a Roshakk y Serthiar junto a Mish'kar. Karanthir les observó con detenimiento: cada uno de ellos ejercía poder de una manera, y le gustaba pensar que todos lo hacían en su nombre. Esperaba no equivocarse demasiado. Por fin tomó aire y comenzó a hablar:
-Todos sabéis hacia dónde navegamos, ¿verdad?  -los demás le miraron sin comprender.
-Hacia Bretonia, mi señor. -contestó Serthiar.
-¿Y qué vamos a hacer ahí? ¿Sabéis eso también, señores? -preguntó Karanthir mientras se acariciaba la coleta.
-Supongo que atacar un par de aldeas y llevarnos prisioneros viejos o demasiado jóvenes, además de un suculento botín de tres ovejas y cinco perros sarnosos... mi señor -contestó Tryshyk con sorna- Más o menos lo mismo que en Catai, Ind, Nipón y todos los demás sitios donde hemos ido en estos últimos años.
Karanthir suspiró. Realmente el veterano capitán veía claramente sus problemas.
-Mi noble Tryshyk, no pongáis a prueba mi paciencia -contestó, pero en sus labios aleteaba una sonrisa- Si fuera eso lo que quiero hacer no os habría llamado. Mi meta esta vez es más ambiciosa. Bordeleaux.
Karanthir disfrutó del efecto de sus palabras reclinándose en su asiento con expresión satisfecha. Tryshyk trataba de disimular su sorpresa, mientras que Serthiar intentaba no atragantarse con su propia lengua y Mish’kar le miraba fijamente. Roshakk, como de costumbre, miraba a un punto indeterminado de la mesa, sin reaccionar. Por fin Serthiar encontró las palabras.
-¡Mi señor! ¡Bordeleaux es una ciudad fortificada, un puerto rico y próspero! No nos será nada fácil tomarla, ni rápido.
-No, no será rápido, es cierto -interrumpió Mish’kar con su voz de seda-, pero Bordeleaux es, como has dicho, un puerto próspero. Se dice que en Bordeleaux las fiestas duran días y noches, y que llegan a sus muelles cargamentos de productos exóticos que luego se distribuyen por toda Bretonia. No será fácil, pero si lo conseguimos...
-No lo conseguiremos -cortó Tryshyk, por fin serio-. Las murallas de Bordeleaux son impenetrables a un ataque desde el mar, y en cuanto nos vean aparecer se encerrarán en la ciudad a esperar refuerzos. No podemos asediarles durante demasiado tiempo, y antes quemarán la ciudad que rendirla.
-Ah, Tryshyk, eso es precisamente lo que quiero -sonrió Karanthir.
-No os entiendo, noble Verakh.
Karanthir apoyó las dos manos en la mesa.
-Muchas veces me habéis dicho que los hombres se impacientan. Que no me respetan porque consideran que nuestros ataques, hasta ahora, han sido indignos de una flota druchii. Pueblos, aldeas, poco botín y míseros esclavos, eso es todo lo que hemos conseguido en estos años que la Flota sin Nombre lleva a mi cargo -Karanthir se levantó y comenzó a caminar alrededor de la mesa, con una mano en la espalda- . Myrvael el asesino me trae casi a diario rumores de descontento. Serthiar también. Mish'kar ha comprado a no sé cuántos posibles cabecillas ya con mi oro, y Roshakk no deja de ver augurios negros en los vientos de la magia. Esto tiene que cambiar -se detuvo en la cabecera, apoyando de nuevo las manos en la mesa-. Esta vez mis hombres podrán quemar, robar y matar a placer. No quiero capturar esclavos. No quiero riquezas para mí. Sólo quiero liberar todo el poder de la Flota sin Nombre, soltar las riendas de mis corsarios y ver cómo de rápido pueden galopar.
-La ciudad no caerá.
La interrupción de la hechicera dejó a todos sin palabras. Había pronunciado la frase sin ninguna entonación particular, simplemente enunciando un hecho. Giró su cabeza blanca hasta fijar sus ojos de un gris tan claro que era casi blanco también en Karanthir. Torció el cuello como un pájaro que escuchara algo, y Karanthir sintió un escalofrío. Roshakk continuó hablando con tono monocorde:
-Somos el mar, y nos estrellaremos contra su muralla. No podemos hacer nada sin pedir ayuda a Naggarond, y no nos la darán.
-Nos estrellaremos, ¿sí? -dijo con voz socarrona Mish'kar- Más vale entonces que te pongas un casco en esa cabeza pelada tuya, no sea que se te reviente como el huevo que parece.
Lo que pasó después fue realmente rápido. Sin una palabra de aviso, Roshakk murmuró una maldición, extendiendo una mano engarfiada hacia Mish'kar. El haz de magia oscura fue perfectamente visible mientras se dirigía a Mish'kar, que inmediatamente extendió su mano y gruñó un contrahechizo mientras sus ojos azules refulgían de una manera que revolvió algo en la mente de Karanthir, que de pronto deseaba estar en cualquier otro lugar. El haz de magia se disipó, y la hechicera quedó boquiabierta, mostrando por fin una expresión: el asombro. Se levantó bruscamente, tirando la silla y señalando con una mano temblorosa a Mish'kar, que ponía cara de culpable.
-¡Tú! -escupió Roshakk entre sus labios curvados por el desprecio y la sorpresa- ¡Tú, abominación! ¡No eres uno de los nuestros! ¡Criatura inmunda!
-Vamos, hechicera -contestó Mish'kar, recuperada ya totalmente la compostura-, sólo ha sido un truco de feria...
-¡No! Has detenido el hechizo, tú...
-¡Basta! -Karanthir no podía permitir que esa discusión continuara ahí, delante de Tryshyk. En ese momento justo, se abrió la puerta y una bonita esclava humana entró en la habitación con una bandeja con copas y una botella. Sus ojos, opacos  y serviles como los del ganado, apenas mostraron una pequeña expresión de sorpresa cuando registraron la tensión en los cuerpos de sus amos. Dejó la bandeja en la mesa con una reverencia y salió de espaldas, sin mirar a nadie a la cara ni levantar la vista. En el silencio que siguió, Roshakk salió por la puerta antes de que se cerrara, caminando como una gata empapada. Su túnica aleteaba tras ella. Ninguno hizo ademán de detenerla.
-¿Qué ha ocurrido aquí? -preguntó por fin Serthiar- ¿Eres hechicero, Mish'kar? Sabes perfectamente que está prohibido que los hombres aprendan las artes oscuras.
-No soy hechicero -respondió el hermoso noble con hastío-, simplemente llevo un amuleto que me protege contra la magia. Además, mi hermana es hechicera, y me enseñó sólo a dispersar hechizos hostiles. Me vino muy bien cuando se volvió contra mí.
Todos guardaron silencio unos momentos más, mientras Karanthir anotaba mentalmente la necesidad de hablar a solas con el enviado de su padre. Por fin, Tryshyk volvió al tema de la reunión:
-Como la hechicera decía -dijo, mirando seriamente a Mish'kar-, las murallas son impenetrables.
-Eso es irrelevante, capitán -ronroneó Karanthir-. No las cruzaremos a la fuerza: nos abrirán la puerta.
-¿Y cómo pensáis conseguir eso, joven señor? -preguntó Tryshyk, haciendo énfasis en la palabra "joven".
-Oh, bueno... Usando lo que vos mismo me enseñasteis sobre los bretonianos, su característica más sobresaliente según vos, noble y... anciano capitán.
-Y esa característica es... -se impacientó Mish'kar
-El honor, Mish'kar. El honor. La otra cara del orgullo.

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