martes, 14 de septiembre de 2010

Trasfondo de la Casa Verakh, primera parte

Hace unos días, como algunos recordaréis, propuse una lista de ejército alternativa que mezclaba Demonios de Slaanesh con una versión particular de la lista de Elfos Oscuros. ¿Y de dónde sale todo eso? Pues de mi gusto (o manía) por crear trasfondos para mis ejércitos. Así que... Perdonadme por el fanfic, pero aquí va el primer capítulo. Tengo bastante más escrito, así que si os gusta decídmelo y seguiré poniendo :)


Primera parte: la Serpiente de la Lengua de Plata


I

A Lord Voronthir Verakh le gustaba su nuevo hogar, a pesar de todo. Hacía frío, un frío que cortaba la respiración y entumecía la piel, un frío que se le colaba en el pecho y hacía ecos burlones del latido de su corazón. Miró por la ventana de la torre del baluarte al que había sido enviado mientras acariciaba distraídamente su anillo, y sólo vio hielo, nieve, y árboles negros y retorcidos. Vio en el paisaje sus propias cualidades: frío, yermo, implacable y vacío. Y, a pesar de todo, sonrió.
 Bajó la vista al patio interior. Desde la hermosa torre podía verse muy lejos, pero también muy cerca: las cuadras de los Gélidos, el resto de la noble mansión, el patio interior con un pequeño bosque de cadáveres empalados, con la sangre congelada a sus pies... Vio a dos de sus guardias arrastrar a otro elfo que gritaba y pataleaba hasta la puerta de la muralla que rodeaba el baluarte. Allí le pusieron de rodillas, y sin más miramientos, le rajaron el cuello desde atrás. La sangre brotó como una flor roja en medio de todo ese blanco y negro. El elfo gorgoteó brevemente, tuvo un par de espasmos más y finalmente quedó inmóvil. Había muerto como lo que era: un sucio perro cuya incompetencia había obligado a Lord Voronthir a venir aquí, a este rincón perdido de Naggaroth.

La entrevista con el Rey Brujo había sido breve, pero había quedado grabada a fuego para siempre en la memoria de Voronthir. Cuando los heraldos del Rey le convocaron acudió sin el más mínimo retraso, tomándose sólo unos momentos para ponerse su ropa más cara. Pensó que era un gran honor ser recibido por el Rey en persona. Ahora seguía pensando que era un honor inmenso... un honor que hubiera preferido no tener. Su mente viajó al momento en que se postraba ante el propio Rey, una presencia enigmática e impresionante con su armadura perpetuamente cubriendo su desfigurado cuerpo. El rey le había indicado con un gesto que se levantara, y Voronthir aguardó con la vista baja durante lo que le pareció un rato muy largo hasta que la voz profunda y susurrante de Malekith resonó por fin en la sala.
- Lord Verakh... Sois el padre y cabeza de familia de una de las Casas más nobles de Naggarond. Vuestro linaje se remonta incluso a los días anteriores a nuestra Caída y expulsión de nuestra patria. ¿Me equivoco?
-No, mi señor -contestó Voronthir, orgulloso de que el propio Rey conociera su linaje.
-Imagino que estáis familiarizado con la historia de vuestra Casa, con sus triunfos en todas las áreas, incluida la militar... Así como con sus... fracasos.
-Sí, mi señor -dijo Voronthir con voz dubitativa, temiendo el curso que parecía tomar la conversación.
-Perfecto. Supongo que entonces sabréis lo que ocurrió en el Glaciar Hierro Congelado hace más de mil setecientos veinte años. No, no contestéis -continuó Malekith ante el gesto entre airado y suplicante de Voronthir- , sé que lo sabéis. Sé que sabéis que no fue sino la cobardía de vuestro antecesor la que permitió que el Glaciar cayera en manos de los Demonios. Durante más de veinte años, los Demonios del Caos atacaron desde el Glaciar todo Naggaroth, forzándonos a destinar fuerzas a controlar esas incursiones hasta que reconquistamos Hierro Congelado. Y todo por culpa de ese cobarde cuyo nombre fue borrado de todos los registros, esa rata inmunda que no merecía ni llamarse Druchii. Recordaréis sin duda, porque os lo habrá contado vuestra madre, que mandé matar a toda su familia, dejando sólo a dos supervivientes.
-Sí, mi señor, y mi Casa está eternamente en deuda con vuestra magnanimidad.
-Cierto es. Lo estáis. Es una deuda que me voy a cobrar hoy mismo.
Voronthir no vio la sonrisa de Malekith debido al casco, pero la sintió de la misma forma que se siente una brisa helada en la espalda. Dubitativamente, y sin conseguir disimular del todo su sorpresa, miró a Malekith.
-Lo que ordenéis, Majestad, será un precio justo por el perdón de la cobardía que mancha mi sangre.
-Sí, Voronthir. Es una misión muy sencilla. El único inconveniente que tiene para ti y tu familia es que supone alejarse para siempre de Naggarond.
El noble Elfo Oscuro no pudo reprimir un respingo: ¿alejarse de Naggarond, donde su familia había vivido tanto tiempo? ¿Donde estaban todas las oportunidades de medrar en la corte? Malekith sin duda sabía que eso sería el fin de su familia: caerían en el olvido y la desgracia. Sin poder contenerse, se puso de rodillas de nuevo.
-Mi señor Malekith, os lo ruego, ¡no me enviéis lejos de Vuestra Presencia! Os lo imploro, si os he ofendido en algo, decidme en qué y cómo puedo repararlo, pero no me obliguéis a abandonar mi hogar.
Una risa como el viento en la noche fue lo único que contestó Malekith durante unos instantes. Después, continuó:
-No, Voronthir, no. La decisión está tomada. Partiréis hacia las inmediaciones del Glaciar mañana mismo, con todos los miembros de vuestra familia y vuestras pertenencias. La guarnición de uno de los puntos de vigilancia, el baluarte de Aarthrond, me ha disgustado enormemente permitiendo a una partida de Hombres Lagarto escurrirse por delante de sus estúpidas caras, y creo que lo más apropiado es que lavéis el nombre de vuestra Casa triunfando donde vuestro padre fracasó: vigilad el Glaciar. Mantenedme informado. Si sois eficaz y obedecéis mis órdenes, tal vez podáis regresar a Naggarond... de vez en cuando.

Indiferente ante los balbuceos de protesta del noble, Malekith se levantó y se retiró, seguido por dos Guardias Negros. Voronthir permaneció unos instantes arrodillado en el suelo, desgarrado entre la ira homicida y el terror más abyecto, y después se levantó y partió hacia su casa. Había mucho que preparar.

Y aquí estaba, unos días después. Toda su fortuna, todas sus posesiones eran inútiles en este yermo helado. Sus hombres habían venido con él de mala gana, su hijo había estado a punto de asesinarle, y sus hijas sólo habían consentido marcharse si se les permitía llevar su escolta personal. Sólo su madre había parecido satisfecha o no demasiado contrariada por la noticia.
El viaje había sido largo y tedioso, y al llegar, Voronthir estaba de pésimo humor. Cuando el comandante del baluarte había salido a recibirle, en lugar del tradicional apretón de manos e inclinación de cabeza lo que consiguió fue una daga en el pecho y otra en el cuello, clavadas por el propio Voronthir. Cuando el comandante acabó de morir, retorcido por el veneno de las dagas, Voronthir ordenó a sus hombres que mataran a toda la guarnición, y así había sido. Eran sus cadáveres los que colgaban de las estacas, y el último hombre degollado en la puerta era el vigía que había dejado escapar a los Hombres Lagarto. Voronthir volvió a sonreír mientras el viento se llevaba el olor de la sangre: el día empezaba a mejorar. Demostraría a Malekith que su familia era intachable de nuevo, que lo único que corría por sus venas era la más pura esencia de un Elfo Oscuro, que su destreza en combate era digna de su respeto.

Y ahí mismo, pero a la vez muy lejos, algo poderoso, cruel y antiguo olfateó ese orgullo y esa arrogancia, y se volvió hacia Voronthir.

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