II
Unos días después, Voronthir caminaba en su gélido por sus nuevos dominios, acompañado de cinco de sus caballeros. Por delante de ellos corrían los exploradores, asegurándose de que no había peligro. Voronthir se aburría mortalmente, y comentaba con sus caballeros la posibilidad de soltar un par de esclavos por esa zona para luego darles caza.
-Es una idea excelente, Lord Verakh. Tal vez podríamos darles una ventaja de uno o dos días para hacerlo más entretenido.
-Sí, es una buena sugerencia. Incluso podríamos prometerles que si sobreviven una semana recuperarán la libertad, eso les hará correr con más ganas.
Las risas del grupo espantaron a una bandada de cuervos de las inmediaciones, que levantaron el vuelo protestando con sus voces metálicas.
De pronto, uno de los sigilosos exploradores apareció prácticamente de la nada ante Voronthir, doblado en una reverencia profunda. Irritado, el noble le ordenó que se levantara con un gruñido.
-¿Qué queréis, explorador?
-Mi señor, hemos descubierto algo que debería ver.
-¿Es importante?
-Creemos que sí, lord Verakh.
-Estupendo -dijo el noble con hastío - veamos qué es eso tan importante.
Él y sus caballeros, aún bromeando, siguieron al explorador a través de los negros árboles, entre la nieve que caía despacio pero sin parar. De pronto, sin transición, los árboles dejaban paso a un claro de forma casi perfectamente circular. En el centro del claro se erguía una estructura monolítica, de piedra negra perfectamente lisa. Voronthir pudo sentir la energía incluso sin ser especialmente sensible a los vientos de la magia habitualmente. Se detuvo, mirando a su alrededor. Los gélidos de los caballeros se negaron a dar un paso más, ignorando los pinchazos de las crueles espuelas de sus jinetes. Sólo Krimroth, el inmenso gélido albino de Voronthir, pareció comenzar a caminar hacia el monolito por propia voluntad. Los exploradores permanecieron en silencio y a distancia, mientras Voronthir detenía a su gélido y descendía de él, entregándole las riendas a uno de ellos, para acercarse al monolito con la boca abierta, como en un sueño.
Era una construcción en forma de aguja, muy parecido a los que los Altos Elfos levantaron tras la primera invasión de los Demonios y la creación del Vórtice para canalizar los vientos de la magia. La diferencia era que en lugar de ser blanco y con volutas era negro y con espinas arriba: una construcción Druchii, tal vez levantado después de la reconquista del Glaciar Hierro Congelado para mantener a los Demonios a raya. El aire a su alrededor parecía denso, casi como si estuviera lleno de presencias. Abarrotado. Todo el claro parecía existir aparte del resto del mundo, como bajo una campana de aislamiento inmensa.
Voronthir se paró a un palmo de distancia del monolito. Veía su reflejo en la piedra negro-verdosa, y veía... algo más... algo que no terminaba de distinguir... Inadvertidamente fue acercando la cara más y más a la piedra, hasta que le pareció distinguir una sombra enorme, y dos ojos que refulgían. Le resultaba vagamente familiar y sin embargo... El viento comenzó a susurrarle palabras en el oído, palabras que no terminaba de entender.
Voronthir... dijo el aire.
-¿Señor? -dijo uno de los exploradores, sobresaltando a Voronthir, que pegó un respingo. Irritado, mandó callar con un gesto al explorador, y continuó inspeccionando el monolito. La figura que le había parecido entrever no estaba ahí, ¿o era el reflejo del sol lo que le impedía verlo, tal vez? Con la idea de hacer sombra para ver mejor, puso su mano sobre sus ojos como una visera.
Y en cuanto su piel tocó la superficie del monolito, todo estalló dentro de su cabeza.
Cuando despertó, se encontraba en sus aposentos en la torre del baluarte. A través de la penumbra espesa por el olor del incienso, presintió la figura de su madre, la hechicera Kelebrian, antes de verla realmente. Con su hermoso rostro enmarcado por las ondas negras de su pelo, apareció en el campo de visión de Voronthir con expresión preocupada.
-Hijo mío... ¿Estás despierto ya?
-Nghhhh - contestó Voronthir, llevándose una mano a la frente. La cabeza le dolía más de lo que le había dolido jamás en su vida. Es decir, hasta justo ese momento, en el que su madre le abofeteó con todas sus fuerzas.
-¡Imbécil! ¡Maldito imbécil! ¿Qué ocurrió en el monolito?
Indignado y dolorido, Voronthir se incorporó en la cama justo a tiempo de detener el brazo de su madre, que iba a abofetearle de nuevo. Aún sujetando a la hechicera por el antebrazo, salió de la cama desnudo y se enfrentó a ella. A pesar de que le sacaba una cabeza a su madre, sabía que no podía enfrentarse a ella directamente, algo que ella también sabía. Cualquier intento frontal de Voronthir de destruir a su madre acabaría con su cuerpo destrozado y su mente consumida por el dominio mágico de la hechicera. Kelebrian sonrió de medio lado, con la vista fija en los ojos de su hijo.
-Vamos, hijo mío... ¿Hasta cuando piensas fingir que te atreverás a levantar tu mano contra mí?
Humillado, Voronthir soltó la mano de su madre y se sentó en la cama, con la cabeza entre las manos.
-No lo recuerdo, madre. Recuerdo... una sombra en el interior del monolito, unos ojos... Un susurro, y cuando toqué la piedra... Vi algo grande, algo sinuoso... No sé por qué, lo describiría como algo majestuoso, con mucho poder. Me miró fijamente, me miró y...
-...¿y? -le animó la hechicera, con las pupilas dilatadas por el interés.
-Y me señaló. Después oí un grito, o tal vez era una risa, y todo fue blanco. Hasta ahora.
-¿Qué aspecto tenía esa criatura?
-No lo sé, no lo recuerdo.
-Dices que te señaló, ¿cómo era su mano?
-¡No lo sé! -dijo, frustrado, Voronthir. Se levantó y comenzó a caminar en círculos por la habitación- Sólo recuerdo la sensación de ser señalado, no la mano.
Ambos guardaron silencio un rato. Fuera ya era de noche, y el viento aullaba, silbando entre las ramas negras de los árboles. Lejos, la luna refulgía sobre el Glaciar.
-Bien -dijo Kelebrian levantándose, súbitamente activa- Entonces sólo nos queda una opción. Dada tu inutilidad en este aspecto, tendré que verlo por mí misma.
-Pero... ¿ahora?
-¡Sí! ¡Ahora, maldito inútil! ¡Vístete y prepara nuestros gélidos!
Unos minutos más tarde, Voronthir observaba mientras un guerrero del turno de noche preparaba los gélidos. Las criaturas, irritadas por haber sido sacadas de su letargo, amenazaban al acobardado soldado chasqueando sus mandíbulas en su dirección. Impaciente, Voronthir golpeaba con el pie el suelo congelado. Su madre esperaba fuera de las cuadras, porque decía no soportar el olor de los gélidos en habitaciones cerradas. Cuando por fin el guerrero terminó su función, agotado por los nervios y el miedo que le producían tanto los gélidos como su señor, entregó las riendas de los gélidos a Voronthir, que esperó unos minutos más antes de salir, sólo por irritar a Kelebrian. Ella sería mucho más poderosa con su magia, pero tenía que aprender que el líder de la Casa Verakh era él.
Cuando por fin salió, la hechicera echaba humo casi literalmente. Cuando levantaba la mano para comenzar a gritar, Voronthir le agarró el brazo de nuevo y la acercó a su cuerpo de un tirón. Con su cara casi tocando la de su madre, los ojos clavados en los de ella, le susurró:
-Cállate, hechicera. Sí, eres más poderosa que yo, sí, tu magia podría despedazarme antes de que me acercase a ti. Pero, madre, ¿sabes lo que tengo en la otra mano? ¿Notas la punta de la daga contra tu pecho? No lo olvides jamás, bruja. Puede que en una lucha justa tú me ganes... pero... ¿quién ha dicho que la pelea tenga que ser justa? Si desafías mi liderazgo en público, te juro que mis asesinos se encargarán de ti. Y si ellos fallan, y no lo harán, yo triunfaré. Vuelve a gritarme, madre... Y tu cabeza adornará mi lanza.
Sorprendida y vulnerable, la hechicera no contestó más que con una inclinación de cabeza, vencida.
-Y ahora, súbete en el gélido, madre, y sígueme. Y -añadió con una sonrisa radiante- no quiero oír ninguna queja sobre el animal... Él podría quejarse más aún de la carga que tiene que llevar.
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