martes, 12 de octubre de 2010

La Casa Verakh, tercera parte.

Voronthir y su madre llegan al monolito y entran en contacto con algo...

III

Cabalgaron en silencio durante casi dos horas, hasta que Voronthir encontró de nuevo el claro. Kelebrian respiró hondo en cuanto entraron, asombrada por la energía que saturaba el lugar. El obelisco parecía refulgir levemente en la oscuridad, aumentando y disminuyendo su luminosidad con un ritmo pulsátil, hipnótico. Ambos elfos oscuros ataron a sus gélidos, que pateaban el suelo asustados, y caminaron hacia el obelisco como en trance. De pronto, la hechicera puso una mano en el pecho de su hijo, deteniéndole.
-Espera, Voronthir. Déjame intentar algo. Si este obelisco es de los reconstruidos por Malekith al recuperar el Glaciar, puede servir también de comunicación con el otro lado.
Voronthir asintió y esperó a una distancia de unos cinco metros mientras su madre se acercaba despacio al monolito. La oyó pronunciar en voz baja palabras de poder, y vio la energía comenzar a crepitar a su alrededor como un halo de pequeños relámpagos blancos que iluminaban casi todo el claro. La hechicera, sin dejar de murmurar, sacó una daga de su corpiño y, con el brazo extendido, se hizo un corte profundo en la cara interna del antebrazo. Bajó la mano, dejando que la sangre le chorreara por la palma y manchase el suelo, y cuando su mano estaba completamente pintada de rojo, la posó de golpe sobre la lisa piedra, mientras gritaba hechizos que hacían que la piel de la nuca de Voronthir se erizase.
En cuanto su mano tocó el monolito, la luz de la energía se apagó de golpe, así como el monolito. Comenzó a oírse una vibración profunda que crecía y se acercaba, y súbitamente el monolito pareció estallar de luz blanca, mientras la espalda de Kelebrian se arqueaba y de su boca y ojos surgían rayos de pura energía. De nuevo, todo quedó en silencio mientras Voronthir trataba de acostumbrar sus ojos una vez más a la oscuridad. La cabeza de su madre giró para mirarle a él sobre el hombro, y lo que vio le hizo incorporarse y tomar una gran bocanada de aire helado.
Los ojos y boca de su madre eran ahora agujeros luminosos por los que la misma luz blanca de antes salía. Su madre habló, pero con una voz que no era suya. Era una voz sibilante, líquida, que parecía sonar desde el interior de la cabeza del propio Voronthir.
-¿Qué deseas, hijo de Kalanthir?
Voronthir no podía articular palabra. Su madre, o lo que fuera que hablaba a través de ella, acababa de pronunciar el nombre maldito de su padre.
-Sí, noble Voronthir. Conozco el nombre de tu padre. De hecho, reconozco sus rasgos en los tuyos. Los elfos os parecéis todos tanto entre vosotros... Pero sí, reconozco la curva de las cejas, el ángulo del cuello, incluso la caída del pelo.
-¿Conociste a mi padre?
La criatura que hablaba a través de Kelebrian emitió una risa melodiosa y baja antes de contestar.
-Sí, Voronthir. Le conocí. Y sé lo que ocurrió justo aquí hace mil setecientos veintidós años. Lo sé porque yo también estaba aquí.
-¿Cómo es eso posible? ¿Eres acaso el espíritu de alguno de sus compañeros? ¿De sus soldados, tal vez?
Kelebrian volvió a reír, lo cual era extraño de ver, ya que su boca no sonreía en absoluto, y su cara no alteraba su expresión lo más mínimo.
-No, pobre elfo. Pobre niño elfo. Pobre niño elfo con un padre cobarde. Pobre niño elfo que ahora tiene que lavar su nombre para que su ridículo reyezuelo le permita seguir con vida. Yo no soy uno de sus soldados. Yo soy uno de sus enemigos.
-¿Un... demonio?
-Sí. Un demonio que le vio girar su aristocrática cabeza y huir tan rápido como las alas de su dragón le permitieron.
-Tú... ¿tu sabes qué ocurrió, entonces?
-¿Que qué ocurrió? Yo ocurrí, pequeño niño elfo. Yo soy la Caída de tu Casa.
-¡Tú! -Voronthir desenvainó su espada y se acercó al cuerpo de su madre, iracundo- ¡Muéstrate! ¡Muéstrame tu verdadera forma para que pueda destruirte y regar con tu sangre impía este frío suelo!
Por tercera vez, la criatura rió.
-No, Voronthir, no he venido para luchar contigo. He venido para ofrecerte la posibilidad de recuperar tu posición, tus tierras y tu influencia... E incluso tal vez de aumentar todas esas cosas. Imagínatelo -la voz se tornó aún más suave- tú, volviendo con los máximos honores a Naggarond, recibido por una multitud... Miles de esclavos, tributos de las familias más débiles... El propio Rey Brujo admitiendo tu evidente arrojo y valor... Todo eso y más puede ser tuyo, Voronthir, si me escuchas.

Voronthir dudó: sabía que los demonios eran seres engañosos, pero el premio que este le ofrecía bien valía que escuchara al menos lo que tenía que decir, los términos del trato que le proponía.

-Ya... -dijo, mientras envainaba la espada de nuevo- Y ¿qué es lo que tendría que hacer yo?
-Para que mi magia funcione, necesito energía. Este monolito la canaliza y elimina. Mientras esté en pie, no podré existir en el plano mortal con todos mis poderes.
-Es decir, que estás atrapado ahí dentro...
-Es... una forma de decirlo.
-Y si te libero...
-Todo lo que te he dicho antes será tuyo: fama, poder, el terror en el corazón de tus enemigos, una posición indiscutible. Y más. Sólo tienes que derribar este monolito, Voronthir, y todo lo que deseas será tuyo.
-Me lo pensaré, criatura. Pero antes quiero saber una cosa.
-¿El qué, noble elfo?
-¿Por qué huyó mi padre?
El demonio pareció pensárselo antes de contestar.
-No sé si has oído alguna vez cantar a los demonios... Algunos de nosotros podemos canalizar nuestra energía a través de nuestra voz, en una canción que seduce y aterroriza por igual a los mortales. Tu padre me vio desde lejos, en su inmensa montura, y me desafió con un grito de guerra desde el otro lado del campo de batalla. Yo le contesté entonando mi voz más potente, y él no pudo resistirlo. Su espíritu fue frágil. Giró a su dragón y voló a Naggarond, a decirle al Rey que había perdido el Glaciar... sin tan solo desenvainar su espada. No tuvo elección; era menos poderoso que yo.

Amargas lágrimas de ira corrían por el rostro de Voronthir. Así pues, su padre no era un cobarde: sólo había sucumbido a la magia maligna de los demonios. Y ahora, sería gracias a esa misma magia que su Casa recuperaría su esplendor pasado.  Miró al cuerpo retorcido de su madre y le habló al demonio:
-De acuerdo, criatura. Derribaré tu prisión.
-Perfecto -el rostro de Kelebrian se retorció en una sonrisa demasiado grande-. Elfo, ahora te devolveré a tu madre. No debe saber lo que hemos hablado aquí. Dile simplemente que ella misma ha hablado en trance diciendo que el derribo de este monolito aumentaría su poder mágico para siempre. No se negará.
-¿Por qué no debe saber nada?
-Ella intentaría usarlo para su beneficio, ¡ya lo sabes! Veo su interior, Voronthir, no puedes fiarte de ella.
-Eso ya lo sé. A dónde habríamos llegado si un Druchii pudiera fiarse de su familia.
-Me gusta tu sentido del humor, niño elfo. Vuelve mañana y sácame de aquí, y tu futuro será brillante.

De pronto, sin transición espectacular ni ningún otro aspaviento, Kelebrian cayó al suelo. Unos segundos después se levantó, jadeando, y se apoyó en Voronthir para preguntarle:
-¿Qué ha ocurrido, Voronthir?
-Has entrado en trance, madre. Has dicho que tenemos que derribar el obelisco para que tu poder aumente.
-¿Eso he dicho?
-Sí, madre.
Kelebrian pensó durante unos instantes, como dudando. Después pareció desechar un pensamiento desagradable, y con un gesto de la mano indicó a Voronthir que podía soltarla. Ambos caminaron hasta los gélidos y cabalgaron de vuelta a Aarthrond.
Ninguno de los dos dijo nada.

En el claro, una risa plateada rebotaba de árbol en árbol, espantando a las pequeñas alimañas del bosque.

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